¿Qué has visto recientemente? ¿Qué te pareció?
Una exposición sobre Martín Adán en la
Casa de la Literatura Peruana. Exhibían una cuchara. Una simple cuchara. Ni
siquiera de plata. Una cuchara sopera, de metal, sin adornos ni nada, como
cualquiera de las que tengo en mi cocina. O sea, ¿cuál es el punto? Ya sé que
la usaba Martín Adán, pero, ¿y? La tocó con sus manos, okay, eso es obvio,
pero… ¿qué tenían esas manos de peculiar, único, distinto, especial? ¿Acaso el
talento estaba en esas manos? ¿Santificó la cuchara de alguna forma? ¿Le
transfirió algo, algo mágico, a la puta cuchara? Eso me recuerda esa famosa
anécdota que se contaba sobre Joyce. Una señora lo abordó en un cafetín y pidió
“estrechar la mano que escribió el Ulises”. Joyce la despidió con esta frase:
esta mano también hizo muchas cochinadas.
Coméntanos sobre una idea o imagen recurrente en tu vida.
Se trata, en realidad, de un recuerdo. Un recuerdo que me persigue desde hace mucho. Un recuerdo con el que quiero hacer algo en términos literarios. No, aún no me sale nada interesante. Una mañana: una mañana, golpe de 9 o 10, en la playa Caplina. Todavía sin sol. Todavía sin gente: era muy temprano y, además, día de semana. Fines de los ochenta. Mi vieja se tumbó en una toalla. Mi viejo y yo fuimos a ver los cadáveres. Una docena. Una docena de lobos de mar varados en la orilla. Nos acercamos a uno. Tenía la cabeza repleta de gusanos amarillentos y gordos como dedos. Mi viejo lo golpeó en la mandíbula con el frisbee y los colmillos cayeron con facilidad. Los recogió en un sombrero de paja. Repetimos la operación con otros lobos: seis o siete más. Mi viejo quería un collar con esos colmillos. Le pagó a un hippie del parque Kennedy para que lo confeccionara. Volvimos a la semana siguiente y el tipo ya no estaba. Se fue para siempre con la plata y los colmillos. Por lo demás, ya no existe la playa Caplina. El mar la devoró. Como es bien sabido, la playa llevaba el mismo nombre de un barco, un barco pesquero, que se hundió a pocos kilómetros de la orilla. Tardó mucho tiempo en hundirse del todo. Jura mi viejo que, durante un par de veranos, llegó a ver la proa, o la popa, cubierta de pelícanos.
¿A qué personaje entrevistarías? ¿Qué le preguntarías?
A Valdelomar, por ejemplo. Sí, es un personaje. De varios libros y, ahora, también del mío. Le preguntaría, se me ocurre, cómo fue que murió exactamente. ¿Fue, de verdad, un estúpido accidente? Nadie lo sabe con seguridad. Hay muchas versiones. Alguien, incluso, deslizó por ahí la teoría del suicidio, y varios, además, sostienen que predijo su muerte. También me interesaría conversar con Artemio Pacheco: ese fulano que lo acompañaba todo el tiempo y que algunos ubican en el Hotel Bolognesi: allí donde Valdelomar se rompió el espinazo. De hecho, tras la muerte del Conde, Pacheco desapareció para siempre. ¿Por qué desapareció? ¿Qué ocultaba? ¿Qué sabía? Incluso le preguntaría si Valdelomar en efecto era gay. Nunca me quedó muy claro. Muchos lo afirman, ya sé, pero el Conde gustaba de cojudear a todo el mundo. En todo caso, no hay ninguna prueba concluyente.
Leonardo Aguirre
Es autor de Manual para cazar plumíferos (cuentos: Matalamanga, 2005), La musa travestida (cuentos: Matalamanga, 2007), El conde de san germán (novela: Hormiga, 2008), Karaoke (novela: Magreb: 2010) y Asociación ilícita (no ficción: Animal de Invierno, 2016).
A Valdelomar, por ejemplo. Sí, es un personaje. De varios libros y, ahora, también del mío. Le preguntaría, se me ocurre, cómo fue que murió exactamente. ¿Fue, de verdad, un estúpido accidente? Nadie lo sabe con seguridad. Hay muchas versiones. Alguien, incluso, deslizó por ahí la teoría del suicidio, y varios, además, sostienen que predijo su muerte. También me interesaría conversar con Artemio Pacheco: ese fulano que lo acompañaba todo el tiempo y que algunos ubican en el Hotel Bolognesi: allí donde Valdelomar se rompió el espinazo. De hecho, tras la muerte del Conde, Pacheco desapareció para siempre. ¿Por qué desapareció? ¿Qué ocultaba? ¿Qué sabía? Incluso le preguntaría si Valdelomar en efecto era gay. Nunca me quedó muy claro. Muchos lo afirman, ya sé, pero el Conde gustaba de cojudear a todo el mundo. En todo caso, no hay ninguna prueba concluyente.
Leonardo Aguirre
Es autor de Manual para cazar plumíferos (cuentos: Matalamanga, 2005), La musa travestida (cuentos: Matalamanga, 2007), El conde de san germán (novela: Hormiga, 2008), Karaoke (novela: Magreb: 2010) y Asociación ilícita (no ficción: Animal de Invierno, 2016).